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LA CAUSALIDAD, ENTRE METAFÍSICA Y CIENCIA
*
Jean-Michel Besnier
Université de Paris IV–Sorbonne
Resumen
:
El artículo lleva a cabo un breve recorrido a través del cuestionamiento filosófico de la noción
de causalidad. Nos interesará mostrar las inevitables implicaciones metafísicas de esta no-
ción, que han llevado o bien a querer eliminarla del dominio de la ciencia, o bien a asumir su
carácter fundamentalmente subjetivo y el riesgo de un posible relativismo.
Palabras clave
: Física, causalidad, ontología, Descartes, Carnap.
¿Cómo se ubica actualmente la ciencia con relación al tema de la causalidad?
No es un científico el que plantea la pregunta, sino un filósofo cuya formación
kantiana lo ha llevado a interrogarse por los fundamentos y los métodos que
operan en las ciencias. Para el filósofo tradicional, la ciencia es en primera ins-
tancia la búsqueda de causas, y uno no debe sorprenderse de que ella se torne
en teología cuando cree poder alcanzar la causa de las causas. Sin embargo,
para el filósofo observador de la evolución contemporánea del saber, esta con-
cepción ya no es evidente. El positivismo de Augusto Comte y aquel del Círculo
de Viena han pretendido evacuar el concepto de causa del campo de la cien-
cia hace ya bastante tiempo. El «porqué» de los fenómenos, que justificaba la
investigación sobre las causas, ha dado paso a la sola ambición por describir el
«cómo», limitándose, así, a identificar su simple correlación en términos de «le-
yes». Estas son cosas conocidas que figuran en cualquier manual escolar. Sin
embargo, el positivismo no es la última palabra: él es sobre todo una doctrina
filosófica, y no ejerce un real poder normativo sobre el trabajo de los investiga-
dores que continúan ávidos de dar cuenta de las causas. El filósofo debe cons-
tatar que el físico pretende siempre describir sus objetos en términos de
implicaciones causales, que el astrofísico no renuncia a explicar el origen del
universo, el biólogo el de la vida.
61
Viene entonces la pregunta: ¿cómo se ubican los científicos con relación a la
causalidad, conociendo la desconfianza que ella ha suscitado en la reflexión
epistemológica? ¿Qué queda de las críticas que se le han dirigido?
*
Este artículo fue originalmente una conferencia presentada ante la Sociedad Francesa de
Física y publicado luego bajo la forma de actas en: Cohen-Tannoudji, Gilles y Émile Noël,
Causalité et finalité
, París: EDP Sciences, 2003. Fue, además, publicado recientemente en:
Besnier, J.-M.,
La croisée des sciences. Questions d’un philosophe
, París: Éditions du Seuil, 2006.
Esta ha sido la fuente de la traducción, a cargo de José Carlos Gutiérrez.
Me limitaré aquí a reconstruir las grandes líneas de estas críticas con el fin de
plantear, bajo la forma de una alternativa, una pregunta que me parece atra-
vesar los debates contemporáneos: ¿la causalidad es solamente epistémica o
ella admite una definición realista? ¿Ella pertenece solo al orden de la explica-
ción o puede ser identificada en el plano ontológico?
El concepto de causa se mostró tempranamente incómodo para la ciencia
moderna nacida con Galileo. La doctrina aristotélica de las cuatro causas (ma-
terial, formal, eficiente y final) no pudo resistir al desarrollo de una concepción
mecanicista y matemática del mundo. La causa final, en particular, fue recha-
zada. Solo la causa eficiente debería encontrar derecho de ciudadanía en el
universo mecánico fundado por Galileo.
La dimensión antropomórfica, que formaba parte de la representación clásica
de la noción de causa, tampoco podía subsistir en este contexto. Se asociaba
espontáneamente la causa a la volición, para designarla como un proceso «ac-
tivo» que produciría un efecto necesariamente «pasivo», que sería el «fin» al cual
ese proceso aspiraría. Esta concepción ingenua, inspirada en la experiencia de
la voluntad humana y que convertía a la causalidad en teleología, fue rápida-
mente rechazada por los científicos
1
.
62
Otras razones participaron luego en la descalificación del concepto tradicional
de causa, el cual será sometido a una extrapolación por las teorías llamadas de
la complejidad. A partir de entonces, en efecto, la aproximación a la naturaleza
en términos de complejidad, es decir, como conjunto de todos los cuerpos, cua-
lidades, estados…en relación de dependencia mutua y pertenecientes a refe-
rentes múltiples, condujo a desviar la atención de la simple búsqueda de la
relación asimétrica temporal que postula que una causa determinada precede
siempre a su efecto. La complejidad exige que uno aborde los fenómenos en su
dependencia circular y que uno los exprese matemáticamente en términos de
funciones. Ella no es compatible con una aproximación linear, ni con la tenta-
ción reduccionista que caracteriza a la visión causal.
Dicho brevemente, es comprensible que la causalidad se haya mostrado bas-
tante pronto como un riesgo de confusión entre ciencia y metafísica. Por esta
razón se intentó neutralizarla: de hecho, la búsqueda de la causa, que supone
todo proyecto de conocimiento, ha sido percibida como la inevitable búsque-
da de la explicación última; indagación de lo incondicionado que pondría fin a
la regresión de los efectos a las causas; propensión a localizar la causa de cau-
1
Cf
. Russell, Bertrand,
La méthode scientifique en philosophie
, Paris: Petit bibliothèque Payot,
1971, p. 226.
sas en alguna trascendencia finalmente incomprensible. Para permanecer den-
tro de la ciencia, el investigador debía, pues, prohibirse la tentación metafísica
de identificar en Dios la causa en sí que se expresa a través de los fenómenos
del mundo, ellos mismos efectos de su poder. El debía igualmente desconfiar de
la actitud aparentemente menos metafísica que lo lleva a justificar la observa-
ción de una relación particular del tipo PàQ en referencia a la totalidad de
relaciones análogas –para todo
x
, si P
x
entonces Q
x
–, lo que supone el postula-
do de un mundo ordenado y desprovisto de caprichos. Carnap lo explica así: «si
uno desea obtener una definición adecuada de la causalidad, hay que referir-
se al sistema completo de las leyes»
2
. En conclusión, desde el momento en que
hay una preocupación por las causas, la metafísica amenaza con desbordar la
actividad científica. De este modo, el rechazo del concepto de causa podría
ser considerado como la condición
sine qua non
de la demarcación entre cien-
cia y metafísica.
La evocación del contexto de nacimiento de la ciencia y la filosofía moderna
podrá sin duda dárnoslo a pensar. Evocaré en primer lugar el momento cartesia-
no, que parece traducir todas las dificultades que rodearán, a continuación, el
tratamiento científico de la causalidad. Tomemos pues este último como em-
blemático
3
.
63
En su búsqueda por fundar la ciencia y definir la causa como principio de expli-
cación racional, Descartes se debate en contradicciones que podemos resumir
en cuatro proposiciones:
1. «La causa es la razón»
2. «Comprender es descubrir, bajo un hecho, un proceso mecánico»
3. «Los estados del alma pueden causar los del cuerpo y viceversa»
4. «Dios crea el mundo instante por instante»
Uno percibe rápidamente que estos cuatro enunciados no pueden formar un
conjunto coherente. Las proposiciones 3 y 4 no pueden funcionar con la prime-
ra, y la segunda no permite conciliarlas. Examinemos cada una de estas cuatro
proposiciones.
2
Carnap, Rudolf,
Les fondements philosophiques de la physique
, Paris: Armand Colin, 1973,
p. 189.
3
El siguiente desarrollo se inspira de la excelente demostración propuesta por Ferdinand
Alquié en «
L
’idée de causalité de Descartes à Kant
»
en :
Châtelet, F. (dir.),
Histoire de la
philosophie
, Paris : Hachette, 1972. Ver también Besnier, J.-M.,
Histoire de la philosophie moderne
et contemporaine
, Paris: Grasset/Le livre de poche, 1993, t. 2, pp. 564-567.
«La causa es la razón» expresa la apuesta por reconducir la multiplicidad de
fenómenos a la unidad de un principio explicativo. La causa engendra los efec-
tos y nos brinda su justificación racional. Esta causa es, en este sentido, «eficien-
te» y apela a una concepción mecanicista del mundo, excluyendo cualquier
trascendencia, cualquier milagro: nunca hay más realidad en el efecto que en
la causa. La actividad del físico consiste, entonces, en describir las relaciones
que unen los fenómenos como relaciones lógicas de identidad. Estos deberían
resolverse finalmente en una ecuación última; se pasa de «A es la causa de B» a
otros enunciados del tipo: «A es la razón de B»; «A se produce en B»; «B no expresa
nada más que A» y finalmente, «detrás B: A=A» La metafísica del idealismo ale-
mán formulará, en el siglo XIX, estas diferentes versiones de la equivalencia del
principio de causalidad y del principio de razón suficiente.
«Comprender es descubrir, bajo un hecho, un proceso mecánico». Esta es una
proclama mecanicista que, para Descartes, no necesariamente es «racional»,
en el sentido que ella podría requerir de una «analogía» o una metáfora. Por
ejemplo, el animal es una máquina que funciona bajo el modelo de los autóma-
tas hidráulicos que el ingenio de los hombres sabe construir…La búsqueda de la
causa es aquí menos especulativa que pragmática: uno prevé la producción
de efectos gracias al poder de nuestra imaginación y en referencia a aquello
que uno tiene el hábito de constatar en el medio creado por la tecnología de la
época. Este mecanismo no es epistemológicamente más exigente.
64
«Los estados del alma pueden causar los del cuerpo y viceversa». Por ejemplo:
la voluntad puede mover el brazo, una lesión en un brazo puede causar un
dolor. ¿Cómo dos sustancias, por definición autosuficientes, pueden interaccionar
causalmente? Este es un tema difícil, que la filosofía contemporánea de la men-
te busca aún resolver. Como prueba, Descartes hace intervenir la causalidad sin
tener los medios para explicar racionalmente la relación de los términos que
participan. Estamos pues lejos de la ambición expresada en los dos primeros
enunciados. La causa y el efecto continúan siendo heterogéneos; no podríamos
concluir analíticamente el segundo de la primera, lo que compromete las opor-
tunidades de la visión mecanicista y anuncia un posible irracionalismo (por ejem-
plo, un vitalismo emergente).
«Dios crea el mundo instante por instante». El tema de la creación continua ter-
mina por volver obscura la concepción cartesiana de la causalidad, la que
debería fundar, con el
cogito
, la teoría de la ciencia. Ello supone que el tiempo
es discontinuo, compuesto de instantes discretos, es decir, de momentos inca-
paces de soportar una relación de sucesión y de producción causal. Dios es
entonces requerido como causa de la permanencia del mundo que la ciencia
busca comprender. Si él es, en ese respecto, razón última, él permanece incom-
prensible al espíritu humano. Este último enunciado está frontalmente en oposi-
ción con los dos primeros.
Las dificultades, que se entrelazan en la obra de Descartes, dan motivo para
sospechar de la noción de causa. De hecho, la posteridad del cartesianismo se
dirigirá progresivamente hacia la puesta en evidencia del carácter insostenible
de la causalidad como criterio de cientificidad. Sin entrar demasiado en los
detalles, bastará con evocar, en primer lugar, la teoría malebranchista de las
causas ocasionales: ella explica que Dios es la única causa concebible y la
única causa susceptible de explicar, por ejemplo, las relaciones del alma al cuer-
po. Cada vez que una cosa nos aparece como una causa –por ejemplo, mi
deseo de mover mi brazo, la herida que ocasiona mi dolor– es en realidad Dios
quien interviene y actúa según las leyes universales que la ciencia puede desci-
frar. Solo Dios es causa eficiente. Excluyendo la causalidad del dominio de la
naturaleza que uno desea explicar, Malebranche mantiene como objetivo del
científico la sola búsqueda de relaciones constantes entre los fenómenos, es
decir, la determinación de leyes que el positivismo considerará como único ob-
jeto de la investigación científica. Metafísica y ciencia se separan, sin que deba
otorgarse derecho al irracionalismo –lo que es esencial.
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Luego de Malebranche, uno menciona con frecuencia a Berkeley por que él
radicaliza la idea según la cual Dios sería la única causa real. Berkeley deduce
incluso de ello que la existencia del mundo puede ser reducida a su «ser percibi-
do» y que Dios puede producir, según unas leyes, todo lo que nosotros sentimos.
Un inmaterialismo resulta de esta posición: no tenemos necesidad de esta in-
comprensible idea de materia pues la experiencia que nosotros tenemos del
mundo se reduce a la constancia de las relaciones que unen nuestras ideas
entre sí y que nos conducen a prever su sucesión. Ya no tiene lugar el hablar de
causas, sino solo de leyes como encadenamiento de signos y cosas significadas.
El terreno está así preparado para una ciencia despojada de toda interroga-
ción ontológica.
El rechazo de la causalidad fuera del contexto científico se culmina con la críti-
ca humeana. Aquello es bastante conocido y no insistiré en el tema. La cuestión
de Hume, que será la de Kant, es aproximadamente la siguiente: cómo se expli-
ca el hecho que uno pueda afirmar más de lo que ve, y enuncie relaciones
causales pretendidamente necesarias. Esta cuestión se justifica desde el mo-
mento en que, como Hume, uno no recurre a Dios para explicar el sentimiento
que nosotros tenemos del lazo entre causa y efecto. La respuesta requiere de
una investigación sobre el sujeto del conocimiento que formula ese vínculo, lo
que permite clarificar la naturaleza de la causalidad en los términos que serán
largo tiempo los canónicos. En toda relación causal, se tienen dos términos A y B,
en una relación espacio- temporal de contigüidad o de sucesión inmediata. La
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