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ENCUENTRO EN
ZARATHUSTRA
H. Beam Piper
H. Beam Piper
TÃtulo original: Little fuzzy
Traducción: J. L. Yarza
© 1962 by H. Beam Piper
© 1976; Editorial Bruguera
Mora la nueva 2 - Barcelona
ISBN 84-02-04951-6
Edición digital de Umbriel
Junio de 2002.
R4 07/02
A Kenneth S. White,
sin cuya ayuda no se
hubiera publicado
Encuentro en Zarathustra.
1
Un sol anaranjado herÃa los ojos de Jack Holloway, que levantó una mano para echarse
hacia adelante el ala de su sombrero. Acto seguido volvió a bajarla a fin de accionar los
mandos de los generadores del campo antigravedad, con lo que se elevó con su vehÃculo
manipulador unos treinta metros más. Durante un instante contempló una banderola roja
colocada en un matorral situado en la pared rocosa de una garganta a unos quinientos
metros de allÃ. Dio una chupada a la corta pipa que hacÃa amarillear los extremos de su
blanco bigote y sonrió pensando en voz alta, como suelen hacer tantos hombres que
durante mucho tiempo han sido su propia y única compañÃa:
- Este será bueno. Veremos qué tal salta.
Siempre lo hacÃa asÃ. PodÃa recordar al menos un millar de barrenos colocados por él
mismo, durante años, y en más planetas de los que era capaz de nombrar en un
momento. Algunas de aquellas explosiones habÃan sido termonucleares, pero todas eran
distintas y siempre tenÃan algo diferente, algo especial, incluso en el caso de un pequeño
barreno como éste. Pulsó con el pulgar el botón para hacer detonar el barreno mediante
un impulso radioeléctrico. La banderola roja desapareció en medio de una nube de polvo
y humo que se elevó desde la garganta rocosa y adquirió la tonalidad del cobre por efecto
de la luz del sol. El vehÃculo manipulador, que estaba inmóvil gracias al campo
antigravitatorio producido por sus generadores, se vio zarandeado por la onda explosiva.
Los fragmentos proyectados por la explosión cayeron como una granizada en los árboles
y rodaron hasta un curso de agua en el fondo de la garganta.
Jack aguardó hasta que su aparato se estabilizó y a continuación lo desplazó hasta el
punto en que merced a la carga de cataclismita habÃa abierto una brecha en la roca. El
barreno habÃa surtido su efecto haciendo saltar una gran masa de piedra arenisca y
rompiendo la veta silÃcea sin estropearla. Se habÃan desprendido muchas y voluminosas
lastras de piedra. Extendió los brazos mecánicos de su vehÃculo manipulador y comenzó
a empujar y arrastrar los fragmentos. Luego, utilizando los brazos aprehensores de la
parte inferior, levantó un bloque de roca y lo dejó caer en una explanada situada entre el
rÃo y la pared rocosa. Tomó otro bloque y lo dejó caer sobre el primero, provocando la
rotura de ambos, después dejó caer sobre ellos otro bloque y otro más hasta que reunió el
suficiente material para cubrir ©1 trabajo de la jornada. Hizo descender el manipulador,
sacó el cajón de las herramientas y la palanca antigravedad, que llevó hasta el lugar
donde estaban los bloques que habÃa dejado caer. Abrió la caja de las herramientas y,
poniéndose los guantes, se colocó una pantalla protectora para los ojos. A continuación
sacó también un martillo vibratorio y una especie de espectroscopio de microrradiaciones.
El primero de los bloques de roca que rompió no contenÃa nada de interés; el
espectroscopio dejó ver con trazo continuo en su pantalla, lo cual indicaba que la
estructura del cuerpo analizado era homogénea. Con el dispositivo elevador, arrojó el
bloque a la corriente de agua. Ya con el decimoquinto bloque te señal de la pantalla
espectroscópica fue discontinua, lo cual le hacÃa suponer que en el interior del bloque se
encontraba una "piedra solar" o "algo", probablemente "algo".
En el planeta llamado Zarathustra, cuya edad era de unos cincuenta millones de años,
se habÃa dado cierta forma de vida marina durante lo que se podÃa considerar su juventud
geológica (unos veinticinco millones de años atrás). Esta forma de vida marina era algo
parecido a una medusa. Cuando estos seres murieron se hundieron en el légamo de los
fondos oceánicos. La arena fue cubriendo estas capas de légamo, comprimiéndolas cada
vez más hasta convertirse con el tiempo en una especie de pedernal cristalino Las
bolsitas que contenÃan aquella especie de medusas fósiles tenÃan el aspecto de
habichuelas pétreas, pero algunas de ellas, por algún desconocido fenómeno caprichoso
de la bioquÃmica, en otras eras, poseÃan una curiosa termofluorescencia. Se utilizaban
como piedras preciosas, pero con la particularidad de que tales gemas brillaban
intensamente debido al calor del cuerpo del usuario.
En otros planetas como la Tierra, Baldur, Freya o Ishtar un pequeño fragmento de esta
"piedra solar", cortado y pulido, valÃa una fortuna. Incluso en Zarathustra, los compradores
de gemas de la Zarathustra Company pagaban altos precios por las piedras solares. Sin
demasiadas ilusiones para no sentirse defraudado, Jack sacó de la caja de herramientas
el pequeño martillo vibratorio y comenzó a golpear cuidadosamente el extraño objeto
hasta que la masa silÃcea se rajó y al abrirse mostró una especie de cuerpo ovalado, de
color amarillo y superficie lisa, de unos trece milÃmetros de longitud.
- Esta debe de valer unos mil créditos - comentó en voz alta mientras con hábiles
golpecitos lograba desprender aquella especie de habichuela amarilla de su envoltura de
pedernal. Sacó la gema y mientras se decÃa que posiblemente no era una piedra solar de
calidad la frotó en la palma de la mano y la arrimó a la cazoleta de su pipa; pero a pesar
de aquel tratamiento, la piedra solar no brilló con el calor. La dejó caer y exclamó -: ¡Otra
medusa que no supo vivir como es debido...!
Algo que se movÃa entre las hierbas y producÃa un roce seco que escuchó por detrás le
hizo quitarse el guante de su mano derecha y llevarla a la altura de la cadera. Entonces
vio al autor de aquel ruido: un crustáceo de algo más de treinta centÃmetros, de doce
patas, largas antenas y dos pares de pinzas en forma de tenaza. Le arrojó uno de
aquellos cascotes da pedernal mientras soltaba una palabrota. Se trataba de otro de
aquellos malditos bichos a los que llamaban camarones terrestres.
Jack detestaba aquellos crustáceos, eran horribles, lo cual desde luego no era culpa
suya; pero además eran dañinos. En los campamentos se metÃan por cualquier sitio y
trataban de comer lo primero que encontraban. Se metÃan incluso entre las máquinas,,
posiblemente porque encontraban sabrosa la grasa de los mecanismos, pero lo cierto es
que a menudo eran causa de averÃas y provocaban el agarrotamiento de alguna pieza o
destrozaban el aislamiento eléctrico. Incluso se metÃan en la cama y mordÃan produciendo
dolorosos pinchazos. Ciertamente estos crustáceos no le gustaban a nadie, ni siquiera a
sus propios congéneres.
Aquel camarón terrestre esquivó la pedrada, corrió un corto trecho y se volvió,
meneando las antenas como en son de burla. Jack volvió a llevarse la mano hacia la
cadera, pero se contuvo un momento. Los cartuchos de pistola eran carÃsimos y no era
cosa de gastarlos tontamente. Reflexionó un instante y llegó a la conclusión de que
ningún proyectil que da en el blanco puede considerarse desperdiciado realmente y a fin
de cuentas él no habÃa hecho prácticas de tiro últimamente. Arrojó otro pedazo de
pedernal pero apuntando corto y hacia la izquierda de aquel detestable bicho y tan pronto
como la piedra se alejó de sus dedos su mano empuñó la culata de su pistola automática,
que antes de que la piedra cayera al suelo ya se hallaba desenfundada y con el seguro
quitado. Tan pronto como aquella especie de crustáceo inició la escapada, Jack disparó
desde la cadera y destrozó al animal. Complacido murmuró:
- El viejo Holloway sigue dando allà donde apunta.
No hacÃa mucho tiempo, estaba seguro de sus habilidades. Pero ahora se estaba
haciendo lo suficientemente viejo como para tener que comprobarlas. Bajó el seguro de
su pistola y la volvió a enfundar de nuevo. A continuación recogió el guante de trabajo y
se lo puso nuevamente.
Jamás se habÃan visto tantos camarones terrestres como durante aquel verano. El año
pasado ya habÃa sido malo en este aspecto, pero no tanto como éste. Incluso los
colonizadores más antiguos de Zarathustra lo afirmaban. DebÃa de haber alguna
explicación, sin duda; algo que le harÃa sorprenderse por no haberlo descubierto antes.
Posiblemente la anormal sequÃa tuviera algo que ver con esta proliferación de crustáceos
terrestres, bien por incremento de alguno de sus alimentos preferidos, bien por
disminución de sus enemigos habituales.
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